miércoles, septiembre 15, 2010

MEMORIA TELÚRICA Y CONCIENCIA SÍSMICA


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Nuestra contumaz soberbia postmodernista y neoliberal nos lleva a vivir de espalda a la naturaleza. No contentos con aquel sedicente atributo de “reyes de la creación”, nos hemos convertido en tiranos implacables de la misma.

Por Braulio Olavarría
Publicado en: http://www.elmorrocotudo.cl/admin/render/noticia/27776

A la naturaleza no sólo la ignoramos, sino que también la contaminamos, depredamos y sobrecalentamos a ultranza en nombre de esos dos ídolos que se llaman crecimiento y progreso. En este vuelo sin escalas hacia el desquiciamiento, obviamente que suenan a risa conceptos como los que nos enseña la cosmovisión andina, en el sentido que la humanidad es parte de la naturaleza, que ésta tiene vida, está viva. Y de esto se encarga ella misma de convencernos cada cierto tiempo, en lapsos indeterminados e impredecibles, pero infalibles.

Vivimos a 190 kilómetros lineales de la cadena volcánica conocida como Cinturón de Fuego y en un entorno que los geólogos denominan “Codo de Arica”; al borde de una terraza marina a cuyos pies se aposenta la Fosa de Atacama y expuesta a las fricciones de las placas Continental y de Nazca. Nada de extraño tiene, entonces, que seamos una zona de alta incidencia sísmica, lo que trae a cuento el fenómeno de la memoria telúrica: periódicamente las fuerzas de la naturaleza se exacerban, rompen su esquema de orden y normalidad y se comportan de manera extraordinariamente violenta, agresiva, deparando en sus manifestaciones más extremas destrucción y muerte. Aunque no nos guste y a despecho de algunos que quieren ponernos vendas en los ojos y tapones en los oídos, esa es nuestra realidad, ese es el piso que ocupamos y habitamos. Una realidad que hay que asumir con cabal cultura sísmica, teniendo claro que el “Big One” ha demorado, puede demorar más y seguir demorando, pero finalmente va a llegar. Y va a volver a ocurrir. Entonces, pues, que nos pille confesados y asimilemos las lecciones que la naturaleza se digne entregarnos y podamos así conocer cuáles son nuestras falencias frente a los embates de los terremotos y cuáles las limitaciones espaciales que se desprendan de las expansiones de un eventual tsunami que se afane en reivindicar sus dominios.

Esto último no tiene nada de exagerado, ya que .a propósito del “silencio sísmico”- se sostiene que los grandes desastres naturales ocurren en Arica en forma relativamente cíclica cada 130 o 150 años, pero la evidencia histórica nos muestra frecuencias mucho más cortas, como la de 9 años (1868-1877) o el intervalo discontinuo e intercalado marcado por los terremotos-tsunami de 1604, 1615 y 1618.

En esta inteligencia, ofrecemos a continuación, un intento de reseña histórica sísmica de Arica.

Terremoto y tsunami del 24 de noviembre de 1604.

El primer registro histórico se refiere al terremoto y tsunami del 24 de noviembre de 1604. Originado fuera de la costa de Arica, se estima que tuvo una magnitud de 8.5 y el, fenómeno sobrevino a las 13.30 horas. En su informe al virrey del Perú, el corregidor Ordoño de Aguirre reportó lo siguiente: “El mar se recogió de tal manera que menguó más de dos tiros de arcabuz de lo que suele menguar ordinariamente, y continuando el temblor su fervor empezó a amenazarnos la mar alborotándose de tal manera, que cubrió una isleta que está frente al Morro que hace de abrigo a esta ciudad. Vino un primer rebaso de la mar y se llevó una casa que era de baharaques (de madera y paja) y habiendo dado otro recio temblor volvió contra el pueblo. Aquí se llevó los almacenes y la Iglesia Mayor y pasando adelante subió una cuadra y derribó y llevó todas las casas, peligrando muchas personas que no habían salido. Se recogió tanto el mar, que estaba en seco el surgidero de los navíos y estaba hirviendo el mar, que echaba humo de si como fuego, que oscureció toda la costa. Y en medio de esta humareda se levantó el mar tan grande que parecía un alto monte, la cual fue hacia la parte que llaman Huayllacana (Punta Condori) y Chacalluta, legua y media de este pueblo y levantándose más alto de la ordinario fue con gran furia asolando todo lo que topaba hasta dar con la cuesta de Huayllacana, donde, hallando resistencia, volvió de recudida contra el pueblo tan alta como se fue. En este pueblo se ahogaron 3 personas y en su costa más de 20. Fue tanta la fuerza de la mar, que después de haber derribado el fuerte de Vuestra Alteza, sacó toda la artillería que tenía gran trecho fuera de su lugar y la piezas que han ido apareciendo las he ido aderezando lo mejor que he podido”.

Un dato adicional es el que aparece en la “Crónica Inédito del Judío”: “En Arica hubo un fuerte movimiento, el mar anegó toda la villa, derribó casas, las dejó arrasadas de arena. La gente se salvó en un monte que está junto a la villa”.

Terremoto con tsunami leve: 16 de septiembre de 1615.


Originado fuera de la costa de Arica, magnitud 7.25, tsunami leve.

El siguiente es el testimonio que entregaron los oficiales de las Cajas Reales: “..un cuarto de hora antes de anochecer, sobrevino en la ciudad un terremoto que duró casi un cuarto de hora, tan terrible y espantoso que no se ha visto tal. Derrocó la Iglesia Mayor y todas las paredes del fuerte y plataforma, y aunque la explanada quedó entera y sana, encima del terraplén cayó un aposento que se había hecho para guardar la pólvora. El hospital de San Antonio y la mayor parte de las casas de adobe del pueblo y la mayor parte de las paredes de las Cajas Reales y Contaduría y las de Almacén Real del azogue, aunque han quedado en pie, ha sido con tanta ruina que forzosamente se habrá de derrocar (...). El convento de Nuestra Señora de las Mercedes y las demás casas que no acabaron de caerse han quedado tan quebrantadas y desplomadas, que es fuerza irlas derrocando a manos, para evitar mayores daños. No hubo ningún muerto ni lesión en la gente, sino en una mujer, que se desconcertó una pierna, y un negro que se le quebró otra y a otros dos negros que casi se ahogaron y todos viven”.

Segundo semestre de 1618: terremoto con tsunami menor

El único testimonio de este evento sísmico es el que nos proporciona el religioso carmelita Antonio Vásquez de Espinoza: “… y en el 618 tuvo otro en la ciudad de Arica, donde yo estaba presente, con el cual se retiró la mar adentro y volvió a salir afuera, saliendo de sus límites, y de camino se llevó toda una acera de casas en la ciudad de Arica que estaba cerca de la mar”.

Terremoto y tsunami del 13 de mayo de 1647

Sólo disponemos de un dato anecdótico, entregado por el historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna: “el mar echó sobre la playa de Arica el navío San Nicolás”, que de esta manera se instituye como el precursor del “Wateree”.

De acuerdo a los antecedentes de una fuente no especificada, en el año 1665 se produjo un terremoto que destruyó la iglesia de Putre. De ser efectivo, debió ser un sismo local.

Más adelante, hay mención de un terremoto ocurrido el 10 de marzo de 1681, a sólo a un mes de haber sufrido la ciudad el ataque pirata comandado por Waitling y Sharp. Se calcula que el terremoto tuvo una magnitud de entre 7.0 y 7.5 y que el tsunami no provocó daños mayores.

Y el tan movido siglo XVII se despide el 20 de octubre de 1687 con dos violentos terremotos y tsunami en Callao los que, con toda seguridad, deben haber tenido consecuencias en Arica.

Terremoto y tsunami del 26 de noviembre de 1705

Pasaron apenas 18 años cuando en los inicios del nuevo siglo Arica nuevamente es golpeada por un terremoto y tsunami que, según se señala, destruyó casi totalmente la ciudad. El francés Francisco Amadeo Frezier, quien nos visitó en 1712, dejó el siguiente comentario: “El mar, sacudido por un terremoto, inundó súbitamente la población, derribándola en gran parte. Se ven todavía vestigios de las calles que se extienden a cerca de un cuarto de legua del sitio en que está hoy”.

22 de agosto de 1715

Sismo originado en toda la costa sur Perú, magnitud 7.5 y con serios daños en Arica.

Terremoto y tsunami del 28 de octubre de 1746

Sólo se tiene conocimiento de lo acontecido en el puerto de Callao.

Cerrando la actividad sísmica de este siglo XVIII, en fecha no precisada, sobrevino un fuerte temblor en 1784.

De lo sucedido en el siglo siguiente, el XIX, se tiene antecedentes más acabados gracias a la comparativamente mayor capacidad para recoger, registrar y conservar acontecimientos. Y también porque, al ser Arica una población con los rasgos formales de ciudad y poseer diferentes tipos de construcción, se dispone de mejores criterios para evaluar el impacto de los sucesos telúricos.

Tres terremotos (o, más exactamente, cuasi-terremotos, como los de 1987 y 2001, que hemos conocido), se registraron el 14 de noviembre de 1810, el 31 de septiembre de 1831 y el 18 de septiembre de 1833. Este último se manifestó a las 6 de la mañana, destruyendo edificios de adobe y también las techumbres de los templos de data colonial. De la zona interior, se reportó la destrucción de los templos de Socoroma y Putre.

Los fenómenos en referencia constituyen la antesala de dos descomunales desastres naturales (con terremoto y tsunami) que caracterizan al siglo XIX como uno de los más violentos.

De acuerdo a un informe oficial de 1853, en los últimos 45 años el mar se había retirado 150 varas, es decir, aproximadamente una cuadra. Analizando este dato, el historiador Vicente Dagnino calcula que antes del mencionado retroceso el mar llegaba hasta el sitio de la Aduana, actual Casa de la Cultura.

Cataclismo del jueves 13 de agosto de 1868, originado fuera de la costa de Arica.

Terremoto de magnitud 8.5, acompañado de tsunami prolongado y de violentas características. El domingo 9 y el lunes 10 se sintieron dos leves temblores..

El ciudadano inglés Frederick James Stevenson, que había llegado el sábado 8 a la ciudad, visitó la Cueva del Inca y al encontrarse en su interior sintió un suave remezón y percibió el desprendimiento de algunas piedras, no dejando de especular acerca de cómo sería la situación si se tratara de un terremoto.
Y así llegamos al fatídico jueves 13 de agosto de 1868.

El comandante del navío “Topaze”, R. A. Powell, manifiesta que aquel día el mar tenía una apariencia deslucida, el aire estaba desusadamente pesado; las gaviotas y otras aves marinas, que por la mañana se mantenían volando en círculos con graznidos muy sonoros, optaron seguidamente por retirarse de escena.

Surtos en la bahía se encontraban 16 barcos, dos de ellos de guerra: la corbeta “América”, lanzada al agua hacía cuatro años y la más veloz de las naves del Perú; y el estadounidense “Wateree”, que había llegado desde Callao el mes anterior remolcando al buque-almacén “Fredonia”, para huir de la fiebre amarilla que asolaba dicho puerto.

El descomunal fenómeno telúrico de aquel día se presentó en horas de la tarde. El historiador peruano José Toribio Polo señala que a las 5.15 horas comenzó un suave movimiento ondulante de oeste a este que fue ascendiendo gradualmente, durante un lapso de 8 minutos. Hubo cuatro sacudidas verticales de trepidación y la tierra parecía que saltaba.

Desde el mar, exactamente a bordo del “Wateree”, el oficial Edward Sturdy hace la siguiente descripción: “A las 5 de la tarde fue el primer remezón, que derrumbó varias casas y provocó daños en otras. El segundo fue a las 5 y media aproximadamente. Fue precedido por un retumbar sordo, como un trueno distante y cayó sobre la ciudad solamente con esa débil advertencia. La escena desde las naves era particularmente horrible. El remezón se sintió nítidamente y se vio con claridad el derrumbe de las casas. Una inmensa masa de material se desprendió del Morro y al caer con un aterrador estrépito expulsó una nube de polvo suficiente como para envolver toda la ciudad y ocultarla a la vista de los que estaban en los barcos”.

Otro oficial del Wateree agrega que el Morro empezó a moverse. “Trozos de 10 a 12 toneladas de peso comenzaron a moverse de su base y a caer. En diversos lugares se hicieron visibles unas grietas sobre el terreno y de ellas emanaban vapores sulfurosos”. A lo que Edward Sturdy detalla: “La mayoría estaba en tal grado de ignorancia que creía que el Día del Juicio había llegado. Tan terrible espectáculo no había sido visto jamás. El intento de escapar de un peligro inminente cuando no se logra siquiera mantenerse en pie debido a los saltos y oscilaciones del terreno, ver además que la tierra que ha sido estable hasta ahora se abre en inmensas grietas desde las cuales salen chorros de agua” y un gas sofocante que producía una atmósfera irrespirable por espacio de unos dos minutos, según otras fuentes.

La gente huyó hacia las faldas del Morro, donde se enfrentó con un macabro espectáculo: las momias prehispánicas habían sido sacadas de sus nichos de arena y desparramadas por todo el terreno, conservando en su mayoría la hierática posición sentada.

El inglés G.H Nugent, agente en Arica de la Compañía Inglesa de Vapores, G. H., relata su experiencia:

“Apenas tuve tiempo para sacar a mi esposa e hijos a la calle, cuando la totalidad de los muros de mi casa cayeron; caer, apenas si es el término apropiado, ya que fueron lanzados para afuera, como si me los hubiesen escupido. Al mismo tiempo se abrió la tierra eruptando polvo, seguido por un espantoso hedor como a pólvora. La atmósfera se obscureció y yo no podía ver a mi esposa con los niños a dos pies de distancia. Si esto hubiese durado algún tiempo nos habríamos sofocado, pero en cuestión de un par de minutos se despejó y, recolectando mis bienes domésticos, me dirigí hacia los cerros.

Es un misterio cómo logramos pasar entre casas que se derrumbaban, donde vimos a personas, unas muertas, otras mutiladas”.

Jame H. Gillis, comandante del “Wateree”, comenta: “Me di cuenta que los edificios comenzaban a desplomarse y en menos de un minuto la ciudad no era más que una masa de ruinas”.


Después de los sacudones se produjo un receso. Entonces entró en escena el mar “No se sentía ninguna brisa ni se observaba siquiera la formación de pequeñas ondas en las aguas”, cuenta un marino. Seguidamente se observaron los primeros signos de anormalidad. Lo primero que se advirtió fue un aumento del nivel de las aguas en el sector de La Lisera para luego formar remolinos en la parte del muelle, donde había acudido un centenar de personas aterradas por el terremoto y gritaban y hacían señas a las tripulaciones de los barcos a fin de que viniesen a auxiliarlos. Así se hizo y desde el “Wateree”, por ejemplo, se enviaron botes a tierra. La perspectiva desde el Wateree, según su comandante L.G. Billing, es la siguiente:


“En tierra, los sobrevivientes atravesaban mientras tanto la playa y se apiñaban en el pequeño malecón, llamando a las tripulaciones de los barcos para que ayudaran a sacar a sus parientes de las confusas ruinas y transportarlos a la aparente seguridad de los barcos anclados. Esto era más de lo que podíamos soportar, así que de inmediato bajamos la lancha con trece hombres a bordo. Alcanzó la ribera y la tripulación desembarcó de inmediato, dejando solamente un marinero de guardia en la embarcación. Mientras tanto, a bordo tratábamos de organizar un equipo armado de palas, hachas y zapapicos, cuando un rumor atrajo nuestra atención; al volver los ojos a tierra vimos con horror que el lugar en el que se encontraba el muelle lleno de seres humanos, había sido tragado en un instante por la repentina subida del mar, mientras que nuestro navío, flotando sobre la superficie, no lo había notado. Veíamos asimismo la lancha con sus tripulantes arrastrados por la irresistible ola hacia el alto acantilado vertical del Morro, en donde desaparecieron entre la espuma formada por la ola al romper sobre las rocas.”

Cerca de las 5.30, según José Toribio Polo, el agua, que no se había retirado por una distancia mayor que un nivel extremadamente bajo de mareas normales, repentinamente comenzó a subir el nivel del desembarcadero. “Daba la impresión al comienzo que el terreno de la playa se estaba hundiendo pero, en efecto, el molo era arrasado y el agua se elevó aún más hasta alcanzar una altura de más de 10 metros por encima del nivel de marea alta e inundó la ciudad, avanzó raudo por las calles y desmoronó con el ímpetu de su peso todo lo que había quedado del terremoto. Todo este alzamiento e inundación de las aguas tomó solamente cinco minutos”. El mar barrió con todo lo que había en la superficie de la isla Alacrán: contingente marino a cargo de esta fortificación, cañones e instalaciones.


“Durante este avance del mar se sintió otro terrible remezón que duró alrededor de 8 minutos y el tronar de la tierra junto a la violenta invasión de las aguas sobrepasaba todo concepto de resistencia humana. Fue en tal momento que, como si fuese un trueno, se sitió la cercanía de una potente ola que un momento más tarde se transformó en un murallón de aguas con una altura perpendicular de 13 a 14 metros coronada con una orla de espuma clara y resplandeciente que barrió con fuerza la tierra llevando consigo hacia la costa al vapor de Estados Unidos Wateree, a la fragata peruana América y al barco mercante inglés Chañarcillo”. La barca británica “Santiago” fue la única nave que alcanzó a escapar mar adentro.

Luego de la resaca, el mar nuevamente se alzó, se estima que a las 6.30 horas. Las olas alcanzaron los 16 metros de altura, con una velocidad de nueve y media millas por hora. El agua penetró a la población por la Calle Nueva (18 de Septiembre) hasta las Cinco Esquinas, subiendo también por las escalinatas de la Iglesia Matriz (o Basílica Parroquial) e ingresando al templo.

A las 6.43 llegaron las aguas al máximo y volvieron a retroceder. A las 5,56 fue la vaciante. Una tercera ola invadió la tierra entre las 7.05 y las 7.10 con velocidad de diez y media millas por hora.

También desde el “Wateree”, el oficial L.G. Billing, entrega esta visión:
“En ese mismo momento se produjo una nueva sacudida sísmica, acompañada en la ribera de un terrible rugido que duró algunos minutos. Vimos nuevamente ondular la tierra, moverse de izquierda a derecha, y esta vez el mar se retiró hasta hacernos encallar y descubrir el fondo del océano, mostrando a nuestros ojos lo que jamás se había visto: peces que se debatían entre las rocas y monstruos marinos embarrancados. Las embarcaciones de casco redondo rodaban sobre sus costados, mientras que nuestro Wateree se posó sobre el fondo plano.

Cuando volvió el mar, no como una ola sino más bien como una enorme marea, hizo rodar a nuestras infortunadas naves compañeras con la quilla arriba del mástil, mientras que el Wateree se levantó ileso sobre las agitadas aguas”. No obstante, lo peor no había pasado aún: “El acorazado peruano América, el más veloz de su tiempo, continuaba a flote, así como el navío norteamericano Fredonia. El América, que había intentado llegar a mar abierto a toda la velocidad de sus máquinas antes de la retirada del mar, se hallaba parcialmente en seco, con el casco desfondado. En ese momento la ola lo arrastraba a gran velocidad hacia la ribera mientras sus chimeneas vomitaban un espeso humo negro y parecía ir en socorro del Fredonia, que, gravemente averiado, era empujado hacia los acantilados del Morro de Arica.

Un momento después el Fredonia se estrelló contra el acantilado y nadie se salvó, mientras que una corriente contraria tomó milagrosamente al navío peruano y lo arrastró en otra dirección.

La noche había caído hacía largo tiempo cuando el vigía gritó sobre el puente para anunciar que una ola gigantesca se aproximaba. Escrutando la oscuridad percibimos primero una débil línea fosforescente que, como un extraño espejismo, parecía subir cada vez más hacia el cielo; su cresta, coronada por la lúgubre luz de un resplandor fosforescente, revelaba siniestras masas de agua negra que se agitaban por debajo de ella.

Anunciándose con el estruendo de miles de truenos que rugían al unísono, el maremoto que temíamos desde hacía horas había llegado finalmente. De todos los horrores, éste parecía ser el peor. Encadenados al fondo, incapaces de escapar, habiendo tomado todas las precauciones humanamente posibles, no podíamos más que ver llegar la monstruosa ola, sin siquiera el sostén moral de poder hacer algo, ni la esperanza de que el navío pudiese pasar a través de la masa de agua que avanzaba para destrozarnos. Lo único que nos quedaba era sujetarnos a los barandales y esperar la catástrofe. En medio de un estruendo aterrador, nuestro barco fue tragado, enterrado bajo una masa semilíquida, semisólida de arena y agua.

Permanecimos sumergidos faltándonos el aire durante una eternidad; después, con un gemido de toda su armazón, nuestro sólido Wateree se abrió un camino hacia la superficie con su jadeante tripulación sujeta aún de sus barandillas. Algunos hombres estaban gravemente heridos; ninguno había muerto, no faltaba nadie. Había sido un milagro en el que, a pesar del tiempo transcurrido desde entonces, me es difícil creer”.

El oficial Sturdy indica que para la gente que permanecía en las faldas del Morro aquella fue una noche interminable y horrible, porque además de encontrarse en las más precarias condiciones y sin alimento, casi no hubo intervalos entre los sacudones, uno tras otro en una secuencia muy rápida. “Antes que se escuchase el retumbar que precedía a c ada remezón, los perros, por algún instinto especial, podían reconocer lo que se aproximaba y emitían los aullidos más espantosos, los cuales eran señal para que la gente se lanzara a tierra, con los brazos extendidos en cruz y elevara plegarias a sus santos patrones”.

El mar estuvo moviéndose hacia adentro y hacia fuera, hasta la mañana siguiente, aunque su fuerza aminoraba gradualmente. El panorama que los atribulados ariqueños pudieron observar con las primeras luces del día 14 fue el de un escenario de total destrucción: salvo algunas pocas edificaciones maltrechas o a punto de derrumbarse, el piso estaba cubierto de escombros. Sobre el litoral y desparramados se apreciaban los restos de barcos, casas, mercaderías, animales y personas con los rostros casi irreconocibles a consecuencia de haber sido violentamente revolcados en la arena.
Siguió temblando cada cuarto de hora, en promedio. Hasta el día 15, se contabilizaban 600 fuertes temblores. El cónsul de Chile en Arica, Ignacio Rey y Riesco, quien se encontraba postrado en cama sólo pudo ser evacuado a duras penas. Posteriormente comentaría: “Toda la población quedó convertida en un montón de escombros”.

Los muertos ascendieron a 500 personas, la sexta parte de la población.

El Gobierno de Chile envió ayuda vía marítima. El 21 de agosto el ministro de Beneficencia del Perú zarpa en el “Huáscar” con ayuda para los damnificados de Arica. Con igual propósito, el 25 zarpaba desde Valparaíso el “Maipú”, a cuyo bordo se encontraba el teniente 2º Arturo Prat. El 26 lo hizo la “Esmeralda”, que llegó a Arica el 31 del mismo mes.

A enero de 1869, la situación en Arica era la siguiente:

“Se han erigido edificios provisorios con tabiques de madera y calamina para utilizarse como oficinas de los funcionarios de Gobierno, de las compañías navieras y del Ferrocarril. Existen también algunos almacenes, galpones y bodegas. Los habitantes que sobrevivieron todavía acampan en las laderas del Morro. Las habitaciones improvisadas hechas de alfombra habían sido reemplazadas por cabañas más sólidas de madera y calaminas”.
9 de mayo de 1877. Sismo originado frente a la costa de Piragua. Magnitud 8.0-8.5 tsunami violento.

Tras el desmantelamiento provocado por el terremoto y tsunami de 1868, el gobierno peruano procedió a reconstruir la ciudad, dotándola entre otras cosas de un centro cívico compuesto por modernos y sólidos edificios diseñados por el ya célebre ingeniero y arquitecto francés Gustavo Eiffel: Iglesia San Marcos, Casa de la Subprefectura (actual Gobernación Provincial), Correo y Telégrafo y Aduana (actual Casa de la Cultura).

Alrededor de las 20.00 horas del 9 de mayo, se sintió ese ruido subterráneo siniestro que precede a un terremoto. Los ariqueños, que no olvidaban todavía (estaban por cumplirse nueve años años) del cataclismo de 1868), corrieron instintivamente a los faldeos del Morro, desde donde pudieron apreciar un panorama calcado al desastre anterior: frenéticos remezones que impedían mantenerse en pie, edificios que se derrumban, un manto de polvo que todo lo envuelve y agudizaba la oscuridad de esa hora, gritos de pánico y dolor, además de numerosos incendios por el volcamiento de velas y.lámparas.

Fueron unos seis minutos interminables y volvió la calma. Pero la tregua se esfumó y dio lugar a un segundo y luego a un tercer sacudimiento, en tanto que el mar –fiel a la memoria telúrica- se retiraba para luego abalanzarse y completar e incluso aumentar la destrucción causada por el terremoto. Pero esta vez el agua no alcanzó a subir las escalinatas de la nueva Iglesia Matriz o “Capilla de Fierro” inaugurada en julio del año anterior. Cabe señalar que tanto ésta como el resto de las obras diseñada por Eiffel resistieron exitosamente los embates telúricos.

Sólo se registraron 5 muertes, fundamentalmente a consecuencias del terremoto. Esto, porque los ariqueños habían tomado sobrada conciencia acerca del peligro sísmico y tuvieron la providencia de instalarse en los faldeos del Morro.

Y en un sorprendente ejemplo de lo que es la memoriam telúrica, el “Wateree”, que hacía nueve años había quedado varado en tierra, a unos 800 metros de la playa, fue esta vez cogido por el tsunami y depositado en un punto más cercano al mar.

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