Alineándose
con la alta demanda mundial por alimentos naturales y saludables, la Fundación
para la Innovación Agraria (FIA) del Ministerio de Agricultura estudia la
funcionalidad de nuestras materias primas, a fin de agregar valor a la
exportación agroalimentaria local.
Una tendencia asumida hoy por la industria
alimentaria mundial, es enfocar las tecnologías y recursos en agregar valor a
la producción de alimentos. Este es el objetivo que persigue la Fundación para
la Innovación Agraria (FIA) del Ministerio de Agricultura, que esta vez analiza
el poner sus fichas en el desarrollo de ingredientes funcionales y aditivos
especializados de origen natural.
Esto a partir de la elaboración del estudio
“Estrategia para el Desarrollo de la Industria de Ingredientes Funcionales en
Chile”, con el cual FIA pretende analizar la oportunidad país de producir
ingredientes funcionales y aditivos especializados para el mercado
internacional. “Ello, junto con identificar las materias primas necesarias en
su explotación, si existe una plataforma tecnológica para su desarrollo o si
contamos con capital humano, por ejemplo”, explica Soledad Hidalgo,
coordinadora de Programas de Innovación-FIA.
A fines del año pasado la Unidad de
Desarrollo Estratégico (UDE) de la Fundación, licitó este estudio,
adjudicándoselo el Centro de Excelencia Iinternacional WageningenUr Chile, cuyo
trabajo con el sector agroalimentario nacional data de 2012. “Paralelo a los
contactos internacionales en el tema de alimentación saludable e ingredientes
funcionales con los que cuenta, la consultora consideró en su propuesta no solo
a tales ingredientes sino también aditivos con funcionalidad tecnológica”, afirma
Hidalgo.
Avance
Pero, ¿qué se entiende por ingrediente
funcional? Según Francisco Rossier, business development manager de
WageningenUr Chile y coordinador del equipo ejecutor del estudio, corresponde
al componente activo natural que, al ser agregado a un alimento formulado, le
otorga a ese nuevo producto la capacidad de tener un efecto beneficioso sobre
la salud, reduciendo el riesgo de enfermedades.
Atributos que en el avance del estudio,
confirman la gran oportunidad que tiene Chile si logra explotar dicho rubro.
“El hecho de que el consumidor moderno de EE.UU., Europa y Asia hoy exija
alimentos no solo sabrosos sino también saludables, ha generado el segmento de
ingredientes funcionales. Nicho que ya en 2010 contaba con US$24,2 millones de
ingresos después de haber crecido un 31% en cuatro años”, dice Rossier,
agregando que el ciclo de éxito de un producto alimenticio con tales
ingredientes, listo para su consumo final, demora solo cinco años.
El experto señala que es interesante observar
el caso de Holanda que, siendo un país pequeño, de superficie limitada para
cultivos, con escasa diversidad climática y una población inferior a los 16
millones, hoy se ubica como el segundo productor de alimentos del mundo por
debajo de EE.UU. “Ellos, a partir de la importación de materias primas de otros
países, han apostado por agregarle valor a los alimentos, desde la explotación
de los ingredientes funcionales. De hecho, su industria agroalimentaria es
equivalente a toda la industria exportadora chilena incluyendo la minería”,
menciona.
Un ejemplo que según Soledad Hidalgo, hace
más auspicioso el escenario local hacia esta industria. “Efectivamente hay una
oportunidad para el país, que estamos estudiando a través de este estudio, de
producir ingredientes ya sea con funcionalidad para la salud o funcionalidad
tecnológica, que permita agregar valor a nuestras materias primas satisfaciendo
las demandas por una alimentación cada vez más saludable y natural”, enfatiza.
Capital
y desafíos
No obstante, dicho trabajo ya ha sido
iniciado por ciertas empresas en Chile que según Francisco Rossier, han
aportado con información sobre cómo generar modelos de colaboración y
encadenamiento productivo, a fin de aliviar los costos de inversión para el
sector exportador local. “La inversión es importante, por eso es fundamental
generar modelos de asociatividad en el país . Debemos cambiar el paradigma
respecto a la producción de alimentos en nuestro territorio, pensando en
términos más mineros. Cuando uno invierte en la explotación de una mina estima
un crecimiento a 10 años, es decir a largo plazo, es así como debemos
proyectarnos en este sector”, indica el experto.
Rossier complementa que “en estos momentos,
no hay muchas herramientas que permitan bajar la incertidumbre a un nivel tal
que el productor de alimentos se arriesgue a invertir en capital, cuyos
resultados los tendrá después de mucho tiempo. Pero si se articula la
asociatividad, ese riesgo disminuye porque se está compartiendo entre varios
participantes”, señala, afirmando que lo importante es que el producto final no
supere los 10 centavos de dólar en costo de producción.
En cuanto a los desafíos, el especialista
apunta a desarrollar más la domesticación de nuestras especies agrícolas y del
mar, junto con modernizar la legislación local respecto a este mercado.
#Iquique
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