Colca 2006 |
Por:
Antonio Elio Brailovsky
Veinte años después, regresé al Valle del
Colca. En el sur de Perú, cerca de Arequipa, el río cavó uno de los cañones más
profundos del mundo. Es una formación geológica parecida al Gran Cañón del
Colorado. El paisaje natural es de una aridez semejante a la que vemos en las
películas del Oeste norteamericano, sólo que el cañón del Colca es de un verdor
inusitado, porque alberga una de las principales maravillas ecológicas de la
ingeniería prehispánica.
Allí el pueblo Collagua construyó un inmenso
sistema de terrazas de cultivo. Es como si la mano de un gigante hubiera
tallado en la montaña esas andenerías que dieron nombre a la Cordillera de los
Andes.
Los collaguas perfeccionaron y sofisticaron
al extremo el sistema de riego que después sería la base del imperio incaico.
"Ni en el Cusco ni en ninguna otra zona de los Andes -dice el escritor
Mario Vargas Llosa- he visto unas andenerías que suban y bajen de los cerros
con semejante desprecio de la ley de gravedad. En algunos puntos es como si la
montaña entera, por una suerte de milagro geológico, se hubiera contorsionado y
encogido para que las aguas del río y de los delgados arroyos en que deshielan
sus cumbres fertilicen todos su recovecos. Poco han cambiado estas gradientes
-en las que se suceden todas las tonalidades del verde, en severo contraste con
el ocre y el gris de las partes altas de la cordillera- desde que los antiguos
peruanos las construyeran, afirmándolas con muros que resistieron la embestida
de los siglos". Se trata de tierras que no piden agricultores “sino
héroes”, señala José María Arguedas.
Estos andenes o terrazas de cultivo son una
forma de disminuir las pendientes. Si se cultiva un suelo que no es
perfectamente horizontal, la erosión lo destruirá muy rápidamente. El suelo de
las laderas de las montañas está sostenido por las raíces de la vegetación
natural. Si se quita ésta para reemplazarla por un cultivo, las lluvias
arrastrarán la capa de tierra fértil, que en dichos lugares suele ser muy
delgada. En consecuencia, para que el cultivo sea sustentable (es decir, para
que se mantenga en el tiempo), se necesita una construcción especial que
modifique esas pendientes.
"Las terrazas están constituidas por
plataformas que escalan horizontalmente las laderas ajustándose a la topografía
del terreno”. El andén, individualmente, cuenta con tres partes fundamentales:
el muro de contención, que se levantaba en ángulo inclinado (talud) mediante el
ensamblaje de piedras medianas; el relleno artificial, compuesto de guijarros y
piedras pequeñas, y la capa de tierra cultivable, que con un espesor de entre
40 y 60 centímetros se depositaba sobre el relleno. A falta de bestias de tiro,
el antiguo hombre andino labraba sus terrenos con el chaqui-taclla o arado de
pie, que era un largo palo de unos 170 cm que terminaba en una afilada punta de
metal, sobre la que se presionaba con la planta del pie para socavar la
tierra". Como el maíz no requiere del arado, estas herramientas eran suficientes.
Las terrazas fueron protegidas con paredes de
piedra, fertilizadas artificialmente y regadas con arroyos de deshielo. Desde
el punto de vista estructural son también sorprendentes: son todas distintas,
ya que tienen que resistir situaciones diferentes de agua, viento, pendientes y
presiones. Construidas hace más de mil años, todavía alimentan a la población,
a pesar de innumerables terremotos.
Un sector especial del Colca, de andenes en
diferentes niveles, permitía la investigación aplicada, detectándose los
límites agroecológicos de cada variedad de cultivo. Estos límites eran
especialmente importantes para todas las culturas andinas. Cuando, más tarde,
los incas funden el Cusco, lo harán a 3.400 metros de altura, apenas por debajo
del límite superior para la producción del maíz. Esto significa estar lo más
alto posible (es decir, cerca del sol), pero sin alejarse de la tierra que
nutre los hombres.
Para prevenir las eventualidades climáticas
-especialmente las heladas tardías- los collaguas del Colca no sembraban toda
una terraza al mismo tiempo, sino que se iban sembrando unas pocas hileras cada
dos semanas para que las tormentas encontraran siempre las plantas en
diferentes estadios de desarrollo y las pérdidas fueran mínimas.
Uno de los roles de los antiguos caciques fue
distribuir la tierra entre los diferentes grupos familiares. Para ello, en un
impresionante mirador sobre el abismo hay esculpida en la roca una maqueta del
valle del Colca, en la misma perspectiva que se ve desde ese sitio. Allí, en forma
pública, se efectuaba la ceremonia de asignación de las parcelas a los
collaguas y se dirimían los litigios sobre cuestiones agrarias.
Colca 2016 |
La conquista española consolidó este sistema,
al fundar una serie de pueblos a ambos lados del Colca, cuyas capillas
coloniales son un testimonio de la calidad del arte sincrético de ese período.
Nueve mil hectáreas bajo riego -todas en las
laderas de las montañas- hicieron del Colca el principal centro de provisión de
alimentos de los Andes prehispánicos. A punto tal que la palabra colca
significa precisamente granero. Un activo comercio posibilitó la distribución
del maíz y de otros alimentos en amplias zonas de lo que hoy es Perú y Bolivia.
Después de 1.500 años de uso continuado sin
erosionar el suelo, la andenería construida por los collaguas del Colca siguió
en plena producción y fue la base económica de esa población. "Cuando uno
contempla estos andenes collaguas casi llega a creer lo que aseguran los
historiadores: que el antiguo Perú dio de comer a todos sus habitantes, hazaña
que no ha sido capaz de repetir ningún régimen posterior", concluye Mario
Vargas Llosa.
Ante el deslumbramiento del paisaje andino,
tardé en darme cuenta de mi desolación. “Este lugar está en ruinas”, pensé.
Gran parte de las magníficas terrazas están abandonadas. Algunas mantienen la
ilusión de que tal vez vuelvan a ser plantadas y regadas. Otras están tan
erosionadas por el tiempo que sólo marcan una débil señal en las laderas.
En el norte argentino, en Iruya, fueron los
pistoleros de los ingenios azucareros quienes desalojaron a los agricultores
indígenas y los forzaron a la esclavitud cañera. Hoy sólo el ojo entrenado
puede reconocer esos despojos[1].
El tiempo está lleno de paradojas. Los
collaguas del Colca no abandonaron sus tierras ancestrales porque eran su
hogar. Después, bajo el dominio incaico, los retuvo la pena de muerte a los
desobedientes. Los corregidores los sujetaron en la época colonial y las
diversas policías lo hicieron en los tiempos republicanos.
Hoy el turismo globalizado está destruyendo
este paisaje cultural que resistió a tantos conquistadores.
Hace dos décadas, el Colca se abrió al
turismo internacional. Miles de personas corrieron a ver esas laderas de
maravilla. Los pequeños pueblos están llenos de ómnibus con viajeros. Los
campesinos descubrieron que ganaban más si dejaban la tierra y trabajaban de
cocineros, choferes y guías de turismo. Sus mujeres se disfrazan de indias con
trajes coloridos y venden falsas artesanías a turistas que se sacan selfies junto
a las alpacas.
Para montar esta escenografía, primero se
abandonan las terrazas más elevadas, que son las de acceso más trabajoso.
Después, las que están junto a los pueblos, porque allí es más fácil trabajar
de otra cosa.
Pero el secreto de las terrazas es su
mantenimiento continuo. El abandono inicia un proceso de destrucción
irreversible. Las raíces de las malezas resquebrajan la estructura, el agua de
lluvia se lleva el humus, las piedras se aflojan hasta que caen. Después, en la
terraza inutilizada se plantan eucaliptos que, junto con las vacas, hacen que
la montaña recupere su forma anterior a la intervención humana.
A medida que el paisaje cultural se fue
desmoronando, la industria turística dejó de promocionar las antiguas
andenerías y anuncia ahora el improbable avistaje de cóndores. Frente a quienes
miran las falsas artesanías y se fotografían a sí mismos, está el trasfondo de
los cultivos ancestrales que desaparecen sin que a nadie parezca importarle.
Gradualmente, un paisaje cultural único va
perdiendo su identidad y se va transformando en lo mismo que tantos otros
destinos turísticos: una parada de ómnibus, un restaurante donde un músico
local canta Guantanamera porque ningún visitante conoce los tristes huaynos de
esas montañas, un mirador, varias tiendas de recuerdos.
En poco tiempo, Perú elegirá un nuevo
Presidente. No he visto que a ningún candidato le preocupe la preservación de
este paisaje cultural. Como en casi toda América Latina, se idealiza en los
museos a los indios muertos y no hay políticas públicas para proteger la
herencia de los indígenas vivos.
#Iquique
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