Guillermo Fajardo sd (Vicario General Diócesis de Iquique)
Durante el tiempo
litúrgico del adviento que hemos vivido, hemos tenido la oportunidad de
prepararnos interiormente para recibir la noche buena en que hacemos memoria
del nacimiento de Jesús en Belén de Judea. Este acontecimiento aparentemente humilde
y sencillo, pues el pequeño Jesús nacerá en una pesebrera, acompañado sólo por sus
padres, testigo de ello serán unos pastores y rodeado de los animales propios
de un corral, este es el contexto social en el que nace Jesús ¡qué más humilde
que esto! Podríamos decir en categorías contemporáneos que fue un hecho socialmente
invisible.
Hoy hay muchos seres humanos que
viven la misma experiencia de invisibilidad y de la indeferencia social. Pienso
por ejemplo en los muchos chilenos que se sienten incomprendidos ante sus
demandas de una mejora laboral, salarial, o de oportunidades para educarse y
poder hacer cambios en bien de sus propias vidas y familias. Pensamos también
en aquellos hermanos nuestros a quienes la angustia y la depresión los consume interiormente y al no encontrar
otro camino, se dejan atrapar por adicciones como el alcohol o la droga
agravando sus sensaciones de soledad y
profundizando sus aislamientos. Son nuestros hermanos emigrantes que han
llegado a nuestra ciudad buscando un mañana y un futuro mejor, los cuales al
igual que Jesús no sólo no tiene casa donde reclinar la cabeza sino que también
experimentan la discriminación por su color de piel o prejuicios por su país de
origen, y en ocasiones por su ilegalidad experimentan el abuso laboral,
recibiendo sueldos injustos. Son los
muchos hermanos nuestros que experimentan en carne propia el dolor de la
enfermedad haciéndoles perder la cordura
al no desear otra cosa que la propia muerte.
A estas realidades humanas, en
ocasiones invisibles a nuestros otros y más doloso aún a nuestras conciencias,
la Navidad nos anuncia que ha llegado un Salvador, el pequeño Emanuel, el Dios
que quiere y puede hacer los verdaderos cambios que nuestro mundo necesita. Jesús
nos salva, regalándonos la luz que nos ilumina interiormente, haciendo en
nosotros una auténtica renovación, pues los cambios sociales no son posibles si
antes el hombre no cambia por dentro. La vida social de nuestra ciudad, o de
nuestro país y la del mundo entero depende de que dejemos nacer a Jesús dentro
de nosotros. En la
cultura actual, si no lo experimentamos de alguna manera dentro de nosotros,
difícilmente lo hallaremos fuera. Por el contrario, si percibimos su presencia
en nuestro interior, nos será más fácil rastrear su misterio en nuestro
entorno. Entonces vendrán los reales cambios.
Navidad
no es sólo una bonita fiesta que muchas veces se dice que es para los niños,
Navidad es para el ser humano, para todos los seres humanos, y sobre todo hoy en
día cuando los hombres se agreden y se matan necesitamos más que nunca que
podamos entenderlo. El acontecimiento del nacimiento de Jesús permite que la esperanza
de un mundo más humano, más justo y más respetuoso deje de ser una linda utopia
y se transforme en una realidad posible. Y esto es gracias a que Dios se abaja
a nuestro encuentro, y esto significa que para ser como Él nosotros no podemos
ponernos por encima de los demás, sino abajarnos, ponernos al servicio,
hacernos pequeños con los pequeños y pobres con los pobres. Es una cosa fea
cuando se ve a un cristiano que no quiere abajarse, que no quiere servir.

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